El príncipe heredero by Kim Lawrence

El príncipe heredero by Kim Lawrence

autor:Kim Lawrence
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico, Novela
publicado: 2014-09-10T22:00:00+00:00


Kamel miró la puerta cerrada y luego miró el reloj. Había esperado que ella se retrasara y que fuese hostil, pero, a las siete en punto, la puerta se abrió y su esposa entró en la habitación.

Él tuvo que hacer un esfuerzo para no quedarse boquiabierto. La había visto en las peores condiciones y le había parecido hermosa; en las mejores, era impresionante. El vestido de satén que llevaba como si fuese una reina le dejaba un hombro al aire, al estilo griego. El corpiño, con un escote holgado, bajaba ceñido hasta las rodillas, donde se abría hasta el suelo. Su piel contrastaba con el negro como una perla opalina.

El silencio se alargó tanto que ella tuvo que contener la absurda idea de hacer una reverencia. ¿Qué tenía que hacer? ¿Le pedía que la valorara del uno al diez? La angustia le atenazaba las entrañas, pero se acercó a él con una expresión serena y no le pidió su aprobación.

–¿Me he retrasado?

–No llevas los diamantes –comentó él al darse cuenta de que no se había puesto las joyas que había sacado de la caja fuerte esa mañana.

–Soy una mujer más bien austera.

Ni siquiera ella sabía por qué era tan reacia a ponerse joyas.

–Y yo soy un hombre que cree que, si lo tienes, debes mostrarlo –replicó él con sarcasmo.

–De acuerdo, me los pondré –concedió ella a regañadientes antes de marcharse.

Volvió al cabo de unos minutos con las joyas puestas.

–¿Satisfecho?

Al menos, ya nadie la miraría a ella, todo el mundo miraría atónito el collar.

Una vez fuera, las puertas del ascensor se abrieron y sintió una punzada de aprensión a meterse en un espacio cerrado con ese hombre. Se levantó un poco el vestido con una mano.

–Bajaré por las escaleras.

–Yo, no.

Se puso en tensión al notar la mano en la espalda que le empujaba adentro y se quedó en un rincón sin mirarse a los espejos que cubrían las cuatro paredes del ascensor. Salió antes que él y estuvo a punto de caerse.

–Relájate.

Ella se rio con incredulidad y giró la cabeza, lo que hizo que se acordara de que llevaba dos lámparas de cristal colgadas de las orejas.

–¿Lo dices en serio?

Él se había pasado casi todo el vuelo dándole un curso acelerado sobre cómo debían comportarse las princesas. No le había dicho qué pasaría si lo hacía mal, pero se había quedado con la sensación de que la estabilidad política de todo un continente dependía de que no le dijera la palabra inadecuada a la persona inadecuada o de que no tomara el tenedor equivocado.

–Si hubiese escuchado todo lo que dijiste, estaría temblando de pies a cabeza, pero he empezado como pienso continuar. He desconectado de ti.

Sonrió al ver el destello de desconcierto en sus ojos. Luego, esbozó la mejor de sus sonrisas y lo agarró del brazo mientras llegaban a las puertas dobles del salón de baile.

–Sé cómo ganarme a la gente –añadió ella.

A pesar de eso, se alegraba de entrar allí junto a un hombre que irradiaba autoridad. Había actuado



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